Los que me han leído por mucho tiempo saben todas las cosas que me han pasado con lo acento. Y no esté año no hace dos o tres, cosas que me han pasado toda la vida.
Hace unos días veía un vídeo en donde se criticaba mucho a Sofía Vergara por tener tantos años en los estados unidos y no pronunciar perfectamente el inglés, y yo podría unirme a esa crítica, sobre todo si analizo lo estricto que fue mi padre a al hora de enseñarme a hablarlo, hacia mucho énfasis en la pronunciación, pero sería yo la menos indicada para hablar del tema de acentos y pronunciaciones siendo una paisa sin acento de paisa, una colombiana sin acento de colombiana y habiendo sido criticada por mi ex-jefa y por mucha gente que no lo entiende.
Lo primero sería explicarles que uno no lo hace a propósito, así como nunca busque conscientemente hablar como venezolana, así como tampoco me imaginé jamás que después de 11 años iba a seguir hablando con acento venezolano, y aunque les he contado que científicamente al cerebro se le quedan los acentos que le agradan, creo que también hay una posición politica en mantener un acento.
Al final ese acento también es parte de mi identidad, de lo que soy, soy colombo-venezolana, ambas cosas por nacimiento, pero si a causa de la xenofobia, por ejemplo yo ocultara mi origen, lo que soy, estaría siendo desleal conmigo, con lo que soy, con mis orígenes, con mis raíces, mantener parte de mis costumbres, con acento incluído, es hacer una declaración pública que grita que esto es lo que soy, sin negar mi eterno amor por el jugo de lulo y la bandeja paisa, porque eso también es parte de lo que soy.
La gente a veces no tiene la menor idea de lo complicado que es ser migrante, que el día que agarras una maleta y te vas a otro lugar, nunca más vas a estar completo, pero eso que te va a faltar en todos lados lo mantiene vivo ese pedacito de ti que sigue siendo de ese lugar del que vienes, ya sea un acento, un conjunto de palabras raras o tu comida típica favorita, es llevar un pedacito de tu casa a donde vas, es como un hilo invisible que te mantiene unido a ese lugar al que perteneciste.
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Soy una paisa atípica, y bueno probablemente yo soy la única persona que piensa en mi como paisa, mi ex jefa me llamaba paisa chiveada por el acento y mi jefa mayor decía que ya no era colombiana, y aunque reconozco que es verdad que con este acento no puedo convencer a nadie de que lo soy, y la mayoria de las personas, hasta las que me conocen y lo saben, me tratan como extranjera, yo insisto en que al menos la mitad de mi es paisa.
Pero en el sitio en el que más insistía era en mi trabajo, diariamente había al menos un cliente que preguntaba de dónde era, básicamente estaba programada para recibir esa pregunta todos los días, incluso apostàbamos que alguien preguntaría y cuando caía la noche y parecía que nadie lo haría y mi jefe ganaría la apuesta, alguien lo hacía y el perdía.
Y aunque es verdad que son muy pocos momentos en la vida en los que me he enfrentado a la xenofobia, yo prefería no dar muchos detalles y decir la verdad: que soy de aqui, sobre todo cuando escuchaba hostilidad.
Así fué aquel día, llegó una mujer mayor, vestida elegantemente, me miró por encima, y preguntó por unos zapatos, yo enseguida y aplicada como era con todos mis clientes le dí el precio y además como política de la tienda le ofrecí el 2×1, la mujer se detuvo, me miró muy seria y me preguntó —¿De dónde eres?— yo ví su cara, era la cara de la hostilidad, así que aplique las tácticas evasivas —soy de aqui— le respondí, pero ella ahora me miraba suspicaz —¿de aquí de dónde?— replicó, yo le dije que de Medellín, a lo que ella respondió —pero ese acento no es de aqui— me negaba a hacer una escena con alguien a quien claramente no le gustaba nada mi acento asi que llamé en voz alta a mi jefa, ella respondió y le pregunté en esa misma voz que donde había nacido yo y ella respondió que en Medellín. La mujer no dijo nada más, compró lo que iba a comprar y se fué.
Una sorpresa fué encontrarla de nuevo en la otra tienda, misma escena, misma pregunta, misma mirada sería, suspicaz, incrédula y de nuevo preguntarle a mi jefe en voz alta cuál era mi lugar de nacimiento.
Pero la verdad la mayoría de la gente no era como esa odiosa mujer, en general la gente era bastante amable, los que llegaban y eran venezolanos me saludaban con si hubiesen encontrado un amigo lejano, anotaban mi número aunque nunca nadie realmente me llamó, los habían extranjeros, recuerdo mucho a alguien de Argentina que me dijo que era uno de sus acentos favoritos y viniendo de un argentino que aman más que cualquier cosa lo suyo era mucho decir.
Pero sobre todo, recuerdo a una chica, ella era cliente habitual, la primera vez llegó y yo la saludé y la asesoré con sus zapatos, se me quedó mirando con una cara divertida y me preguntó lo de siempre, de dónde era, yo le dije que de Medellín como siempre y ella me dijo que si pero que mi acento no, entonces, así como lo hacía con los que parecían amables le expliqué que había vivido muchos años en Venezuela, y ella puso una cara feliz y me dijo que amaba mi acento que si podía hablar un poco más, yo le dije que sobre que y ella dijo que dijera cualquier cosa, así que seguí hablando sobre zapatos y ella dijo que le encantaba, creo que fué la cliente más divertida con la que me haya encontrado.
Lo que si es verdad es que el acento me hizo un centro de atracción en la tienda, y para ser sincera aparte de aquella mujer no recuerdo a nadie que le molestara y para mis compañeros era un vacilón adivinar la mitad de lo que decía, soy un híbrido, así que si, es posible que sea una paisa chiveada pero a mucha honra. -
Creo que soy la paisa con el acento más particular de todos, nunca lo tuve y podríamos decir después de tantos años de haber vuelto que ya no lo tendré ¿Saben? Alguna vez leí sobre un estudio científico que decía que el cerebro adopta los acentos que le «gustan» y eso explicaría mucho porque si la única persona con un acento diferente al paisa a mi alrededor fuera mi mamá, el acento se arraigara tan fuerte desde muy chiquita.
Y les juro que yo intenté mucho sonar paisa, antes de migrar lo único que hacía era decir expresiones paisas pero de acento, nada. Lo puedo imitar, pero en definitiva no lo puedo mantener por más que lo intente, lo que me lleva a los intentos fallidos de sonar como la paisa que se supone que soy.
Hay un dicho en mi familia: «cuando vas a comprar en la calle y suenas extranjero, siempre te clavan el puñal» refiriéndose a qué te van a elevar el precio, podrían llamarlo predisposición, pero yo lo comprobé cuando regresé a Colombia.
Entré a un pequeño local, estaba buscando unos parlantes, hablé, con mi «s» bien comida, mi acento bien venezolano, recién bajado de un avión —literalmente — y le dije: —Buenas chico, ¿En cuánto esos parlantes? —a lo que el respondió —esos son a 28mil —quedé estupefacta, eran más caros incluso que los del supermercado donde generalmente todo es más caro.
Así que le agradecí y salí, recordando el dicho familiar, ¡Por supuesto que eran a 28mil para este acento importado! Decidí entrar al local contiguo dónde habían unos parlantes bastante parecidos para probar mi teoría, me dispuse a hablar con mi mejor acento paisa: —Hola queridaaa (y pongo las «a» adicionales para que se entienda que las alargue al mejor estilo paisa) ¿En cuanto esos de ahí? —no me atreví ni siquiera a decir lo que eran por miedo a meter la pata y usar una palabra importada. Ella comenzó a hacer preguntas, como si los buscaba para una computadora, si en algún color en específico y mientras ella hacia las preguntas mi cerebro me traicionaba, casi que lo podía oír diciendo: «Dile chama, chamaaaaaa, sabes que quieres decir chama». Yo ya estaba inquieta porque tenía todas las palabras venezolanas en la punta de la lengua, incluso palabras caraqueñas que no era usual que las dijera y que no venían a contexto en ese momento como conchale, así que le dije: —no… solo me interesan esos —lo sentí al hablar, se estaba debilitando mi actuación, ella me dijo que eran a 16 ¡16! ¡Eran casi iguales! ¿Se dan cuenta que mi familia tenía la razón?.
Ya no podía mantenerlo por más y como no era ese el día en que los iba a comprar, salí de ahí despavorida antes de decir chama, vertale, o alguna otra palabra que me delatara, le agradecí y agregué que volvería en otra ocasión y me fuí.
No fue la única vez que me pasó, y me refiero a ambas cosas: a obtener un precio mejor por hablar paisa y a ir perdiendo fuerza en el acento con cada frase que pronunciaba, y esa es la razón por la que a veces ni pregunto y señaló casi con la mano los objetos de los que quiero saber el precio, el cerebro no puede delatarme si yo se lo impido primero ¿No?. Irónicamente cuando juego con el acento paisa me sale. Solo me traiciona cuando es algo importante ¡Cerebro caprichoso! Aún me pregunto por qué siendo una máquina tan maravillosa y eficiente es al mismo tiempo tan traicionera y sugestionable. Y porqué además tiene ese don de adquirir los acentos a su antojo: diez años aquí y aún sigo siendo una paisa importada con ese acento, aparentemente intacto, pero una semana en Caracas y ¡Vale! Yo no sabía que a este carajito le gustara tanto el acento caraqueño ¡Conchale! ¡Que fuerte!.