Los que me han leído por mucho tiempo saben todas las cosas que me han pasado con lo acento. Y no esté año no hace dos o tres, cosas que me han pasado toda la vida.
Hace unos días veía un vídeo en donde se criticaba mucho a Sofía Vergara por tener tantos años en los estados unidos y no pronunciar perfectamente el inglés, y yo podría unirme a esa crítica, sobre todo si analizo lo estricto que fue mi padre a al hora de enseñarme a hablarlo, hacia mucho énfasis en la pronunciación, pero sería yo la menos indicada para hablar del tema de acentos y pronunciaciones siendo una paisa sin acento de paisa, una colombiana sin acento de colombiana y habiendo sido criticada por mi ex-jefa y por mucha gente que no lo entiende.
Lo primero sería explicarles que uno no lo hace a propósito, así como nunca busque conscientemente hablar como venezolana, así como tampoco me imaginé jamás que después de 11 años iba a seguir hablando con acento venezolano, y aunque les he contado que científicamente al cerebro se le quedan los acentos que le agradan, creo que también hay una posición politica en mantener un acento.
Al final ese acento también es parte de mi identidad, de lo que soy, soy colombo-venezolana, ambas cosas por nacimiento, pero si a causa de la xenofobia, por ejemplo yo ocultara mi origen, lo que soy, estaría siendo desleal conmigo, con lo que soy, con mis orígenes, con mis raíces, mantener parte de mis costumbres, con acento incluído, es hacer una declaración pública que grita que esto es lo que soy, sin negar mi eterno amor por el jugo de lulo y la bandeja paisa, porque eso también es parte de lo que soy.
La gente a veces no tiene la menor idea de lo complicado que es ser migrante, que el día que agarras una maleta y te vas a otro lugar, nunca más vas a estar completo, pero eso que te va a faltar en todos lados lo mantiene vivo ese pedacito de ti que sigue siendo de ese lugar del que vienes, ya sea un acento, un conjunto de palabras raras o tu comida típica favorita, es llevar un pedacito de tu casa a donde vas, es como un hilo invisible que te mantiene unido a ese lugar al que perteneciste.
Etiqueta: recuerdos
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El blog fue creciendo, y yo también, escribía el doble que al principio e iba y lo compartía con el tallerista y mis compañeras ¡Y alegra tanto mi alma el escribir! Así que ante la sugerencia de el de escribir algo más allá de mi realidad, mundos ficticios, comencé a hacerlo y a crear personajes que muchas veces me poseian la mano para que contará las historias que veía en la mente.
Pero eso no era todo, en el grupo aprendí tantas cosas de las que nunca había escuchado: sobre los haikus que eran algo nuevo para mí y me parecieron hermosos, sobre la métrica de la poesía, sobre autores y obras de las que no había oído, pero que me incitaron a leer esos y muchos otros libros, hicimos ejercicios de escritura que resucitaron mi imaginación y escuché por primera vez de la cuentería, una cosa que era completamente nueva para mí (y que no sabia ni remotamente cuanto transformaría mi vida).
¡Comencé a escribir tanto! ¡Y mi escritura se fue transformando de una forma! Que el grupo se convirtió en mi lugar más feliz antes de convertirme en cuentera, pero además desarrolló en mí un hambre voraz por escribir, al punto de que cuando sentí que ya había contado todo lo posible sobre mi, escribí historias que me importaban, historias de migrantes, historias lindas e historias tristes, y luego creé historias, de mujeres penosas, de mujeres lujuriosas, de mujeres peligrosas, historias divertidas, historias de miedo, historias y más historias, y todo se hizo mayor cuando nuestro tallerista nos retó a escribir diariamente por un año y me impresionaba que todos los dias tuviera algo que escribir.
Y creo que parte de la magia de ese espacio es que éramos libres, libres para escribir, para plasmar en la hoja lo que nos diera la gana o nada en absoluto, los ejercicios no eran una camisa de fuerza, pero con el ojo de psicólogo que tiene Cristian, el sabía que sugería, porque lo sugería y como lo sugería, no tengo pruebas pero tampoco dudas, nos ayudó a empoderar nuestras lecturas, y a proyectar la voz y a crear, crear, crear, crear tanto que en ese espacio era como si el dolor desapareciera, o porque las letras se lo llevaban o porque creábamos una ficción donde no existía aquel dolor.
Hoy, después de 5 largos años, sabiendo que ya no será nuestro tallerista, creo que vale la pena agradecerle a la vida por conocer a personas que transformen tu vida de esta forma, y se que si Cristian lee esto, como es demasiado modesto, dirá que el no hizo nada, pero miro atrás a la muchacha que entró a aquel grupo, esa muchacha que hacía muchos años no escribia porque no sentía que podía conectar con la escritura como antes, y más allá de haberme enseñado muchas cosas la principal cosa que aprendí en el grupo fue volver a conectar con mi alma y mi corazón, que tenían tanto por decir, es haberme abierto el caparazón en el que me escondía del mundo y enseñarme que tenía la libertad de ser y de sentir, la misma que yo me negaba.
Un día me dijiste que debía volar lejos, no lo he olvidado, pero no sé que tan fácil sea, soy muy apegada y por eso los adioses me cuestan tanto, pero hoy, gracias a ti, puedo reconocer todo de lo que soy capaz y todo lo que amo la escritura. Siempre dijiste que no nos estabas enseñando, que estabas ahí como una excusa para que escribieramos, nunca he sido breve, ni poco sentimental, y por eso cierro con una cita que leí ayer y en la que por fin entendí que querías decir:
«Escribir es un oficio que se aprende, pero que nadie puede enseñar. El día que entienda usted lo que eso significa será cuando empiece a aprender a ser escritor’»
Carlos Ruiz Zafón
El laberinto de los espíritus
Pág. 906
Gracias por tanto. -
Recuerdo que aquel día llegué al salón por primera vez, mi psicólogo me había recomendado especialmente entrar al taller literario y volver a escribir después de mucho tiempo sin hacerlo, lo había hecho porque yo le había leído una carta, que el me había dejado como tarea, una carta para mí papá que para mí sorpresa, y aún sabiendo que los psicólogos son (sobre todo en consulta) expertos en permanecer neutros dentro de una sesión, el había alcanzado a dejar escapar unas lagrimas mientras yo le leía, y se conmovió tanto con mi carta que me dijo que si me gustaba escribir, yo le dije que si pero que hacia mucho tiempo no lo hacia y el insistió en que asistiera al taller.
Esa primera vez le pregunté a una amiga qué hacían durante el espacio y ella me dijo que a veces escribían, dibujaban historias, etc, «¿Y las leen?» Fue mi siguiente pregunta, ella me puso cara de terror y dijo que no, que como se me ocurría «¿Quién le va a leer a un magister de literatura?» A mí no me importaba eso, es más, eso me parecía aún mejor, dejar que una persona que por obvias razones, y títulos, sabía más que yo opinara, me parecía una cosa maravillosa, así que precisamente ese día después de que el propuso un ejercicio, yo, junto con otras valientes leí.
En parte entendí a lo que se refería mi amiga, era detallista y observador, se preocupaba por la lógica del texto, eso no me intimidaba, al contrario, me parecía genial, las opiniones externas, siempre que no sean destructivas, son útiles, porque permiten que uno vea cosas desde la perspectiva de alguien que las mira desde afuera, y fue en el colegio de hermanas que aprendí a aceptar opiniones fuertes, que casi siempre venían de los mejores profesores.
Y entre actividad en actividad comencé a tener una mano prolifica, primero escribí mucho sobre mi, y no niego, una que otra vez no estuve de acuerdo con su opinión, pero era mas el ego el que hablaba, que de verdad estar en contra de sus opiniones, aunque a veces sigo pensando que no tenía razón, y fue tanto lo que empecé a escribir sobre mi que tuve la idea loca de abrir un blog.
Un día, me senté con mi psicólogo y se la planteé: «a veces pienso que esas cosas tan locas, que me pasan y que le he contado a usted y que las he escrito en el literario debería publicarlas en un blog», el estuvo de acuerdo, «pero ¿Quién me va a leer?» Le dije, «eso no lo sabes» era su respuesta siempre, hasta que un diciembre tomé el primer escrito que había nacido unos meses atrás, después de la primera sesión en ese espacio, mismo que ellos me habían grabado en una tablita para exponerlo y lo subí.
Principalmente me leyó mi familia, mi tía, periodista, me dió consejos para puntuar mejor, y a partir de ahí, defini que como meta me iba a poner escribir dos veces a la semana, compartí el blog con mis compañeras de grupo y comencé a publicar constante y seguido sin importarme mucho cuántos me leían, y sin darme cuenta, empezaron a leerme desde lugares del mundo que jamás me hubiese imaginado, y eso no fue todo, pero el resto se los contaré en el siguiente blog. -
Cuando trabajaba en la zapatería tuve múltiples obligaciones pero la más difícil llegó cuando me tocó hacer labores administrativas.
Y para ser honesta no quería, de hecho, nunca quise ser la encargada de la tienda porque esa era una de sus principales obligaciones y todo esto por una suma de dinero que no valía el riesgo de dañar una hoja contable numerada.
Pero cuando mi jefa renunció a mi me hicieron la encargada de la tienda porque era la única que, a pesar de que ella me negaba la información, sabía el funcionamiento de absolutamente todo en la tienda, desde cuales eran los zapatos de devolución, donde quedaba la bodega externa, cuántos zapatos habían allí, manejaba el sistema de facturación de la caja y el inventario virtual, sabía los precios de todo y había aprendido a regañadientes a llevar el libro diario y el libro contable.
Como encargada también me dejaron como la supervisora de mis dos compañeros, que eran mayores que yo, uno por un año y otra por toda la vida, y la verdad me costaba mucho ser la voz de mando, sobre todo siendo conciente que era la menor, pero un dia antes de la llegada de la señora me dijeron que yo no solo estaba encargada de la tienda sino de ser la líder y dar órdenes para la semana de prueba de la mujer.
La verdad a mí eso de dar órdenes no se me da muy bien, de hecho le huyo a esos cargos de líder precisamente porque se que la gente es difícil, y yo pasivo agresiva, o muy tranquila, o muy psicológica, pero además, en este caso era evidente que mi edad tenía mucho que ver con que liderar no fuera facil este cargo.
Y lo comprobé el primer día, cuando me quedé haciendo el trabajo contable mientras ellos arreglaban la bodega y les dije lo que debían hacer, pero ninguno se movía, pensé que no habían escuchado o que estaban esperando para hacerlo después y volví a repetirles cuál era la tarea, y la señora comenzó a reírse mientras decía «niñita ¿Ya se le subió el cargo a la cabeza que va a dar órdenes?» Lo que ella no sabía era que yo no solo no quería ese cargo, sino que estaba contando los días para que llegara mi compañero de la otra tienda que iba a ser el supervisor oficial.
Pero mientras tenía órdenes claras: entrenar y liderar, y trataba de respirar profundo mientras me repetía ese mantra, entrenar y liderar, entrenar y liderar, no podía creer que después de salir de una jefa que era el mal en pasta (como ya les he contado) ahora tuviera que vivirlo de mis compañeros, cuando yo estaba tratando de alejarme de la conducta tóxica que ella mantuvo mientras estuvo en la tienda.
Así que nuevamente hice el llamado, y como no ví respuesta entonces hice lo que había evitado tanto, pero de la manera más respetuosa posible, darme a respetar: «a ver muchachos, yo no quiero mandar, ustedes no quieren ser mandados pero así es la vida, ya se que me ven como una niña y todo lo que quieran pero yo tengo órdenes y no estoy jugando, porque cuando nos reímos, nos reímos pero ahora estamos trabajando, y si ustedes no van a colaborar, pues entonces me van a obligar a llamar a Bogotá y poner la queja, ustedes verán» y enseguida se pusieron en movimiento, no sin antes de subir las escaleras, lanzandome una cara de amargura
Así fue como una «niñita», como me decía la señora, se dió a respetar en un trabajo que me tocó ejercer durante una semana, en la que la ansiedad me ponia nerviosa cada vez que debía cerrar la caja o hacer la contabilidad, sufría cada vez que llegaba ña npche y debía hacer todo un procedimiento riguroso de cierre y en la mañana sufria por tener que hacee los informes de contabilidad donde tenia que hacee a mano los calculos de las tarjetas de crédito, sin duda un trabajo difícil, pero del cual, como todo en mi vida, salí invicta y con una lección: que aunque no me guste, soy capaz de liderar. -
He aquí uno de los momentos más duros de ser migrante: la lejanía durante un duelo.
Mi tío falleció esta mañana, hace 11 años fue la última vez que lo ví, cuando la familia entera se reunió en un reencuentro familiar.
Pero a pesar de la distancia mi tío siempre estuvo muy presente, en mis cumpleaños, en el de mi mamá, o cuando subía fotos de ambas siempre comentaba, y era un placer leer sus mensajes porque tenía una hermosísima forma de escribir, un mensaje de mi tío más que un mensaje parecía una carta, un poema, una obra de arte.
Por eso siento que aunque mi tío estaba a miles de kilómetros de distancia, siempre estaba muy cerca, con sus buenos deseos escritos en tan bella prosa, una que le admiraba enormemente, y le envidiaba sanamente, pero leerlo era sentirlo cerca, una de las ventajas de las redes sociales para todos loa que tenemos nuestras familias regadas por el mundo.
Y es que esta no es la primera vez, mi abuela murió en 2002 en Venezuela, nosotros vivíamos en Colombia, pedimos permiso de mi colegio, yo, que era una inocente criatura pensaba que para cuando llegáramos íbamos a poder ver por última vez a la abuela, pero una semana después, cuando llegamos a Maracaibo, ya mi abuela estaba enterrada y lloré muchísimo.
Nadie sabe lo que la vida del migrante se convierte cuando su familia se fragmenta, especialmente cuando no ha migrado tranquilamente, decidiendolo por si mismo, sino cuando ha tenido que dejar una vida atras y luego tener que ver una familia fragmentarse en diferentes rincones del mundo, familia que hoy además llora la perdida de un increíble ser humano en diferentes latitudes.
Tío, en vida me dedicaste lindos mensajes, hoy quiero decirte que no habrá nadie en esta familia que no vaya a extrañarte, a anhelar tu alegría, tu energía, tus dulces palabras y tu intelecto, y estoy segura que fuiste a reunirte con la abuela Eva y que deben estar abrazándose en el cielo, te envío un beso en donde quiera que estés. -
Cuando estaba pequeña, mi mamá siempre me compraba un lindo vestido de navidad, y creo que de allí hasta hoy no ha habido una navidad en la que no me arregle para 24 y 31.
Especialmente durante mi tiempo en Venezuela, aunque todo el mundo ponía su arbolito, sus adornos, sus lucecitas, víspera de navidad y año nuevo la pasábamos en casa de mi tía Ana.
Y aunque la tía Ana es obsesionada con sus decoraciones y nos sacaba de la sala, para que no le dañaramos los adornos y del cuarto porque no nos quería encerrados, sino socializando, las navidades en su casa eran muy divertidas,.
La música estaba a tope desde que llegábamos a las 7, nos reuníamos todos los que vivíamos en Maracaibo allí, y mientras los adolescentes comíamos papitas y Pepitos (muy parecidos a los Cheetos) con Coca-Cola, los adultos tomaban whisky o ron con Coca-Cola y bailaban con gaitas o temas viejos, ya a final de la noche ocurría una disputa brutal por la Coca-cola que casi siempre terminaban ganando los adultos.
La comida se servía a la media noche no sin antes intercambiar regalos, y como en mi casa éramos fancy, la gente le regalaba a todo el mundo, cosas sencillas, eso sí, pero posabamos para las fotos con cara de asombro y como buen chalequeo venezolano decíamos «no lo puedo creer, esto era lo que estaba esperando», aunque no era así, pero si les soy sincera, yo recibi muchas cosas chéveres, sobre todo ropa que aún sigo usando (ventajas de mantenerse en línea)
En algunas navidades hubo torta para mi primo que le decimos que es el «Jesús» de la familia porque nació el 25 de diciembre, pero algunas otras no porque antes de la media noche se iba con alguna amistad a celebrar su cumpleaños.
Y ahora sí, a cenar, una buena y tradicional cena de navidad venezolana: ensalada de gallina, pan de jamón que es una tradición venezolana navideña hecho con jamón, pasas, aceitunas y queso crema, pernil, la infaltable hallaca, ponche crema, y hasta pasticho, porque no olvidemos que era una casa maracucha, el pasticho es una versión venezolana de la lasagna (y Maracaibo que tiene italianos hasta debajo de las piedras tiene mucha tradición italiana).
Al quedar repletos se bailaba un poquito más, se tomaban fotos, se sentaban a conversar y poco a poco la casa se iba desocupando hasta las 2 o 3 de la mañana, mis primos y yo siempre nos quedabamos en alguna de las casas a hacer pijamada, a ver tele, chismear en el computador, oir música, jugar videojuegos y al dia siguiente que la familia se volvía a reunir para comer calentao’ nos llevaban al cine y el mismo procedimiento pero sin regalo y con uvas y más eufórico se repetía el 31, incluso cuando crecimos y nos tomábamos una botella de vodka entre todos los primos.
Hoy la navidad somos dos, y organizamos todo como si siguieramos siendo las 20 personas que nos reuníamos en esa casa a celebrar navidad, nos arreglamos, nos vestimos y hacemos ponche crema y hallacas, y estoy segura que en toda mesa venezolana en estas fechas hay nostalgia y mantener las tradiciones es una forma de mantener vivo ese espíritu, el espíritu navideño de 20 personas en una mesa. -
Toda mi vida he sido amante de los centros comerciales, no me importaba si solo iba a «empañar vitrina» como le llamábamos en la casa a ver las vitrinas y con las ganas de tener ese objeto preciado lanzar un suspiro que empañaba el vidrio.
Pero no siempre iba a observar, a veces compraba mis revistas faranduleras favoritas y compraba maquillaje, una de las cosas que más amo en la vida.
Aquel día estaba en lago mall, un centro comercial que queda a las orillas del lago de Maracaibo y entré a una linda tienda que había allí de bisutería y maquillaje, era bastante nueva y las vitrinas siempre relucian, Y ese lugar era el paraíso, casi, casi equivalente a Koala, y para los que han vivido en Venezuela y saben de esto, sabrán que Koala era la tienda más increíble de bisutería y maquillaje, con afiches de artistas, labiales de sabores, cosas rosadas y con brillitos, era el paraíso del maquillaje, y esta tienda a la que yo entré, era básicamente, lo más cercano al paraíso.
Y allí estaba yo, viendo mostacilla, canutillo y lentejuela, y toda clase de brillos labiales, sombras de colores, polvos, bases, rubores, y en medio de ese paraíso estaba extasiada, por eso no recuerdo muy bien si compré o no, se que llevaba una revista en la mano, y estoy casi segura que había comprado maquillaje, pero lo que pasó después fue tan gracioso (o quizás impactante, ya lo juzgarán ustedes) que no recuerdo con exactitud si compré, lo que si recuerdo es que me despedí muy amablemente de la asesora, y me dispuse a salir y la tienda tenía una particularidad, y es que su vitrina era transparente, no solo eso, sino que además no tenían exhibidores, absolutamente toda la vitrina era transparente y la puerta, que era de vidrio y permanecía abierta también lo era.
Así que ahí iba yo, habiéndome despedido ya de la asesora, me dirigí hacia la puerta y en mi defensa, todo se veía igual, o quizás el problema es que yo uso lentes y en ese momento no los estaba usando el hecho es que era la salida, cuando di un paso más y se escuchó el ¡PUM! tremendo golpe brutal en la frente, cuando di media vuelta la chica que me había atendido estaba asombrada y la otra asesora estaba disimulando la risa de semejante golpe, y como yo a veces intento tomarme la vida en broma les dije: «brillan bien los vidrios no», todas sonreímos, pero en honor a la verdad si era impresionante como el vidrio estaba tan limpio que no se veía que era un vidrio.
Recordé esta historia después de ver a alguien que le pasó lo mismo y perdió una pierna porque traspasó el vidrio, hoy agradezco que el vidrio fuera tan grueso y no, contrario a lo que puedan creer el golpe no me dejó loca, ya yo era así, eso sí, la siguiente vez que visité la tienda comprobé muy bien dónde estaba la puerta. -
«Hola, mi nombre es Claudia, esta es mi primera vez aquí, y mi papá murió hace un mes», así, sentada en una silla ante un grupo de personas que oían mi relato, fue así como comenzó el camino para sanar el dolor, pero fue ahí, en aquel salón de la unidad de duelo en donde me enfrenté con la terrible verdad: mi padre había muerto.
Y entonces, frente a esas personas desconocidas para mí, comencé a relatarles la historia, a devolverme en el tiempo, mi papá nunca fue cariñoso, pero fue mi gran maestro; no me amaba con abrazos, me amaba con libros y con conocimiento, mi papá fue mi primer profesor de inglés, y aunque nuestra relación no era cercana, siempre sentí y sigo sintiendo una admiración profunda por el, una persona que estudió lo que quiso y que conoció todos los lugares del mundo que deseó.
Y la poca cercanía que teníamos se hizo más lejana en el momento en que decidió quedarse mientras nosotras migramos a Venezuela, no se si era su mística o su profundo raciocinio de las cosas que le dijo que Venezuela iba para mal, mi padre era un hombre tan de hierro, que en 10 años recibí tres llamadas de el, cuando se abrió un ciclo en mi vida, de esos en los que el creía, esos ciclos energéticos, en mis 15 años y una vez más, pero siempre, fui yo la que lo llamé, y por eso sentía que era yo quien lo queria, quien pensaba en el.
Cuando volví yo seguí siendo la misma persona y el también, así que ninguno de los dos dió su brazo a torcer, seguimos teniendo una relación distante: si el decía si, yo decía no y viceversa, y fue borrandose esa ilusión de que fuéramos unidos, mientras mi vida también se truncaba debido a migrar de manera abrupta, de la misma manera que he migrado siempre.
Hace unos 7 años atrás mi padre comenzó a perder peso sin ninguna explicación, yo me preocupé mucho y le dije que lo mejor era que fuera al médico, el, amante de la medicina naturista y enemigo de ir al médico, pensaba que en sus pociones mágicas de hierbas estaba la solución, pero seguía cada día perdiendo peso y desmejorando tremendamente, al punto de que a veces me provocaba amarrarlo a una silla y llevarlo forzado, pero yo sabía que cuando llegaramos a la oficina del médico el diría que yo era la que necesitaba el médico, pero el psiquiatra para recibir una terapia.
Hace 5 años pa se sintió verdaderamente mal, tan mal que alguien quien no le gustaban los médicos decidió pedir una cita, nos montamos al taxi, iba sonando sacrifice de Elton John, el estaba tan mal que habíamos cancelado la cita médica e íbamos camino directo a emergencias, fue atendido rápido porque se le bajó la tensión.
Esa primera noche me quedé durmiendo en dos sillas de las emergencias y al día siguiente llegué en la noche a casa, todo estaba oscuro y solo la luz del fondo estaba prendida, una que dejó prendida alguien que se fue y que no iba a volver para apagarla jamás
Mi padre se deterioró tan rápidamente en tan solo una semana en la clínica, uno de los días que estuvo allí me levanté muy temprano para ir, como lo había hecho los días anteriores. Cuando llegué la enfermera me vió y me dijo: «usted es la hija del señor del cuarto aislado verdad», «si, tranquila, yo espero afuera» «no, mira ten una máscarilla, entra a verlo» con una sonrisa comprensiva en su rostro, yo temi cosas malas porque desde que lo aislaron no me habían dejado verlo, entré, apreté su mano, «estoy aquí» le dije, y a pesar de tener una terrible noche estaba ahí, le costaba respirar, pero casi que al verme, ante mis ojos falleció, ese día, empecé a ver su amor, mi padre estaba muy mal pero me esperó.
Salí de la clínica, el cielo era azul, lo más azul que lo había visto en mucho tiempo, con un hermoso sol, era un cielo esplendoroso, como el lo hubiese llamado, tenía los ojos llenos de lágrimas bajo mis lentes de sol, y al montarme con mi madre al metroplus para volver a casa sonó otra vez la canción, la de Elton John y entonces todo el camino lloré desconsoladamente, esa, fue una canción que me persiguió en las calles por mucho tiempo mientras cargaba con mi dolor y lloraba.
Igual que como lloré en aquel salón lleno de desconocidos, desconocidos que habían pasado por lo mismo que yo.
Y no ha Sido facil, fue un camino largo este del duelo, pero en el que recogiendo sus cosas descubrí lo mucho que me parezco a el, y no solo en mi rostro, que es su versión femenina y que me dolía tanto verlo recién fallecido porque lo veía a él, sino que ví que muchos de mis gustos vienen de el, encontré noticas en las que oraba por mi y mi bienestar y supe que me quería, pero no como yo quería que me quisiera, sino como el podía.
Sané y me transformé leyendo sus libros, salí del caparazón en el que me escondía, porque en el fondo llevaba una herida, de tener que cambiar mi vida a la fuerza a la la hora de migrar, todo se desbordó cuando el murió, y me ví, en aquel momento, en lo peor de lo peor, y sentí culpa por nuestra relación compleja, y por no obligarlo a ir al médico, y en esa silla, cada semana, con esas desconocidas y un psicólogo que se volvieron familia para mí, sané, crecí, retomé las cosas lindas de mi vida: cantar, escribir, hacer cosas nuevas, salir del caparazón, fui capaz de abrazar esa canción: sacrifice, como la canción con la que me despedí de el, viví crisis pero me levanté y aquí estoy, retomé mi curso, me rodeé de personas lindas que me han devuelto a la vida, porque mi corazón sigue latiendo y hoy estoy segura que mi padre hubiese querido verme vivir, verme feliz, verme triunfar.
Hoy estoy parada aquí, en frente de ustedes, muchos a los que no conozco, y soy otra persona, no soy la que se fue a Venezuela, ni la que volvió, no soy la que vió a su padre morir, ni la que estuvo en lo más profundo y lo más oscuro de la vida, perder a mi papá me enseñó cosas, me convirtió en alguien más, me hizo darme cuenta de lo que soy capaz, conocí otros lados de mi que no había explorado ni sabía que existían, sané a través del arte que siempre ha sido mi acompañante, y hoy, como siempre en mi vida estoy por un camino nuevo, uno que no esperaba y en el que trato de vivir al máximo porque para mí, la forma más hermosa de honrar a los que se van es viviendo al máximo y lo mejor posible. -
En el 2004 llegué a Maracaibo y les voy a ser sincera, en aquel tiempo lo máximo a lo que llegaba la temperatura eran 30 grados centígrados, y yo sentía que me estaba asando.
Venía de los dulces 24 grados centígrados de Medellín y 30 era como el infierno, me sangraba la nariz en cada salida a la calle y sentía que el calor me iba a derretir en cualquier momento.
Y así como era de caliente, también era muy cálida, mis compañeras de clase me recibieron con mucho amor, me convirtieron en una maracucha más, incluso hay algo gracioso, el acento que nunca había sido de ninguna parte, se volvía completamente maracucho en el momento en que me juntaba con mis amigas.
Y el sol me comenzó a quemar diario y me hizo morenita, morenita, y cada año, quizás producto del calentamiento global, la temperatura subió y subió, al grado que después de vivir 10 años, a veces pasaba por una conocida farmacia que tenía reloj con termómetro y se leían 45 grados, aunque bien que podía ser una alucinación, porque a veces el sol pegaba tan duro que se veía como si en el ambiente hubiese fuego.
Y seguro deben preguntarse si yo me acostumbré, pero a ese calor no se acostumbra uno jamás, es más, a cualquier lugar que vas todos los lugares tienen aire acondicionado, y es que recuerdo que cuando salía a la calle sentía que el fuego atravesaba los tenis, y cuando te montabas dentro de un bus fácilmente pensabas que estabas dentro de un horno con esas placas de metal que parecían arder.
Pero también era la perfecta excusa para comer cepillado, chicha y fritos, bueno los fritos no se exactamente porque y aún más, como no había un infarto colectivo con el amor a las grasas que había en Maracaibo, pero la comida, toda deliciosa, hasta el chivo en coco era increíble.
Me acostumbré a estar rodeada de personas que hablaban muy duro, hasta para contar un chisme o un secreto, pero de mis cosas definitivamente era pararme en frente del lago cuando caía la tarde y contemplar como se movía, y el viento lo mecía. Aunque desde el apartamento era aterrador porque a veces en las noches se oía el viento silbar, y sonaba como un ser humano.
Pero también ver como la navidad comenzaba en septiembre y sonaban gaitas hasta debajo de las piedras, y en noviembre la Chinita era exaltada y también algunos aprovechaban el amanecer gaitero para emborracharse en nombre de la virgen.
Maracaibo fue mi hogar por 11 años, hoy está de cumpleaños, y por coincidencia, solo por coincidencia el lunes me voy a subir como una maracucha al escenario, y me siento muy orgullosa, porque es parte de lo que soy, en Maracaibo viví muchísimas cosas, vi mcdonald’s en cada esquina (y esto es importante porque solo había uno en Medellín), me enamoré, aprendí un español completamente diferente al usual, e hice amigos entrañables que más que amigos son familia porque aún estando lejos, casi todos fuera de Maracaibo, somos como una familia.
Este es un homenaje a Maracaibo en su día, una carta de amor para decirle que me siento muy orgullosa donde quiera que está y adonde quiera que vaya, y que la navidad con gaitas ya comenzó para mí. -
Creo que de las cosas más gratificantes que he hecho en mi vida ha sido transformar el dolor.
Estoy muy segura que ni yo me aguantaría si siguiese estando tan triste como cuando mi papá falleció, es por eso que quizá, cuando preparé el cuento que contaré el día de hoy frente a un público que ha perdido a un ser querido como yo, estaba un poco reacia, de recordar a esa Claudia que se que ya no soy, pero también haciéndolo llegué a una conclusión final y es que mi proceso de duelo por fin está cerrado.
Por eso, es muy posible que este cuento que narraré hoy no lo vuelva a contar, aunque mirando atrás, es a veces más fácil darse cuenta todo lo que la vida ha cambiado, ha avanzado, se ha transformado, cuando uno lo ve en retrospectiva; y ver también que a veces con lo malo descubres lo bueno, con todo lo controversial que eso pueda sonar, hubiese no querido perder a mi papá, pero también estoy segura que muchas de las lecciones que he aprendido no las hubiera descubierto si mi padre no hubiese muerto, y es que en el dolor conocí a la gente más comprensiva que pude hallar, y cuando fui conciente de que no podía quedarme triste, porque llorar es bueno pero no llorar para siempre, salir de ese dolor también fue un impulso para salir de ese lugar oscuro, ahí donde yo sentí que no podía caer a más tristeza, una transformación que necesitaba antes de que el ya no estuviera.
Sin ese dolor no hubiese hayado a mi psicólogo que me ayudó no solo a procesar la pérdida, sino que además me hizo darme cuenta que el arte no tenía el papel secundario en mi vida que yo creía que tenía, quizás no hubiese vuelto a escribir, o a lo mejor si lo hubiese hecho, pero no creo que este blog existiría, si mi papá no hubiese fallecido quizás nunca hubiese llegado a la cuenteria, quizás estaría triste por el duelo de migrar.
Aunque realmente no se cómo sería la vida, porque la vida tiende a darnos sorpresas que no nos esperamos, y creo que incluso cuando pierdes a alguien, te vuelves más sabio, y te das cuenta que no todo es blanco o negro, que los seres humanos somos una asombrosa escala de grises que no se pueden definir en dos casillas nada más, y también que los planes son buenos, pero también hay que estar dispuesto a cambiarlos.
Lo único que sé, es que no se nada, y no les digo que no les hablaré de mi papá más por aquí, pero hoy, presentando este cuento en la unidad, declaro mi relación con mi querido padre que dónde quiera que esté espero este feliz, y que este orgulloso de su hija; sanada. La ausencia de alguien que se va nunca desaparece, pero cuando sana, se llena de historias, de recuerdos, de flores, de palabras, y cuando eso sucede, la persona sigue viva en todo lo que tú hagas para honrarle y así, como la energía, los seres queridos nunca mueren, se transforman.